Su madre la abandonó cuando apenas tenía tres años, el único recuerdo que le dejó fue el intento desesperado por lanzarse de los brazos de su padre al ataúd.
La madrastra era la encargada de criarla o mejor dicho de mantenerla apenas viva midiendo el pan y la comida, mientras el primo de la vieja se ocupaba de hacer su vida aún más miserable, un hombre de treinta años, moreno, de casi dos metros de altura aprovechaba cualquier momento a solas con la niña desde los cinco años.
Durante cuatro largos años al caer el sol el miedo, la angustia y la desesperación la consumian, a la hora de ir a la cama se aferraba a las sábanas con fuerzas y apretaba los puños con furia, atenta a cualquier movimiento pero cuando el sueño aflojaba sus músculos ya sentía las grandes manos, una tapaba su boca, más bien toda su cara y la otra robaba su inocencia.
Una vecina de esas que entran sin golpear nunca hubiese sido tan bienvenida como aquella tarde, el gigante la tenía levantada, tomandola por la espalda. La mujer rabiosa lanzó unos gritos y éste salió corriendo, no se volvió a escuchar su nombre siquiera hasta que tres años después llegó la noticia a la casa, se encontraba trabajando en el campo y el tractor que conducía golpeó un poste, el cual cayó sobre su espalda haciendo que los ojos y los pulmones quedaran colgados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario